Irene.

¿Sabes eso de abrazar a alguien 
y sentir 
que el entrelazamiento es perfecto? 
Que no sobran las manos, 
que el tamaño de los brazos es el ideal, 
incluso la altura de los corazones se ajusta 
y parece que todo se resuelve en un latido. 

 Pues algo así eres para mí: 
la compenetración perfecta, 
la cara de todas mis monedas 
y en quien pienso cuando alguien habla de suerte -
qué sabrán ellos de la suerte 
si no te conocen. 

 Cómo explicarlo 
 nunca me ha asustado llorar 
 porque tú siempre estás. 
Eres todos los peros que pongo a mis miedos. 
Y si soy valiente
 es porque en cada paso que doy 
mi meñique va entrelazado al tuyo, 
y si me caigo siempre es sobre tus manos,
 y se está tan a gusto en ellas. 

 Sí, la vida es complicada,
 a veces se pasa de triste, 
pero yo veo tus hoyuelos cuando sonríes así, 
como si trataras de llevarme a tus mejillas, 
y te juro 
que entiendo a los poetas cuando hablan de amor. 
 Me quedo pensando 
 qué diablos hace el mundo tan enfadado, 
 tan ciego, 
por qué da tanto miedo enamorarse, 
cómo puede haber gente que prefiera caminar con la luz apagada, 
si sólo hay que abrir los ojos y verte 
para llenarse de luz 
y de la hostia la belleza que supone mirarte. 
Y luego, 
 cuando te vas 
-que es cuando se puede mirar a otro sitio-, 
 contemplo al cielo hacerte reverencias, 
 a las aceras bailar al ritmo de tus pasos, 
a la mirada de la gente llenarse de brillo e interrogación 
-entiéndelos, 
verte es lo más parecido a soñar 
que se puede hacer con los ojos abiertos-, 
y a las sonrisas empañarse 
para escribirte “ojalá todas fueran como tú” 
en el vaho de tus huellas
 por si consigues que les mires de vuelta. 
En definitiva, 
contemplo al mundo enamorarse de ti, 
y el amor,
 es decir, la vida cobra sentido. 
 A veces me gustaría salvarte de todo lo que hiere, 
 fosilizar tus lágrimas
 y cortar el alma 
de todo aquel que se atreva a romperte. 
Pero, amor, es que eres tan guapa, 
hasta cuando te golpea la rabia y no entiendes qué pasa; 
es que es tan bonito verte levantar 
contemplarte sobrevivir y ver cómo te rescatas a ti misma; 
es que el universo
 tiene tanto que aprender de tus cicatrices 
y tu forma de sanar los daños 
que sería egoísta por mi parte 
privarles de tu parte frágil 
Porque, 
 amor, 
la única verdad es que 
tienes los ojos más valientes del mundo
 y el mundo es más valiente cuando te mira a los ojos.

 Y yo te quiero
 no porque siempre estés conmigo,
 para mí, 
 y por mí, 
no porque sea imposible no hacerlo 
y se dispersen mil motivos,
 todos ciertos, 
por las manos al pensarlo,
 sino porque has nacido para que te quieran
 y yo he nacido para quererte 
con toda el alma y toda la piel, 
toda mi vida.

Elvira Sastre.

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